jueves, 22 de agosto de 2013

¡TE LO DEBÏA ...! ( cuento )

Era brasilera, se llamaba Serafina da Silva , le decíamos Fifina . Era un ser silencioso y delicado , intocada por la felicidad. Una sobreviviente. Flaca, menuda, de ojos grandes y tristes, llena de desconsuelo , con la voz ronquita y siempre tenía frío.
   Dicen que su madre, Idalina de Silva , comandaba la casa a lo capataza, llevaba la crueldad a cuestas y la convirtió en un ser miedoso, que buscaba los rincones para esconderse, como los perros apaleados , que jamás sonreía porque nadie la preparó para la risa.
   Una noche destemplada de otoño, el destino le tuvo lástima y le regaló una oportunidad. Mientras los empleados se refugiaban en la cocina grande, delante del brasero encendido, contando cuentos de aparecidos Serafina, loca de amor por un hombre que llegó de Itaquí para la cosecha del arroz , se entregó sin reservas y conoció el placer .en un torbellino de pasión rabiosa.
Le duró poco, él desapareció prontamente, se cruzó al Brasil. Le prometió que volvería a buscarla. -¡Te lo juro...! ¡ te lo juro...! -repetía, pero nunca volvió.
   -Pájaro que comió, voló - dijo Idalina que acostumbraba a hablar con refranes.
   Cuando a Fifina se le empezó a notar la panza, su madre, en un rapto de locura, le quemó el sexo con un tizón prendido.El dolor del primer día casi la mató, pero fue asombroso que ante tamaña atrocidad, esa mujer de apariencia tan frágil no abortara y a las veinticuatro horas se la viera acarreando agua del pozo y fregando pisos, como si nada.
   Pasaron los meses y un viernes de marzo, sola, en su cama turca, sobre el viejo colchón, sin decir ¡ay! dio a luz a una hermosa criatura que chillaba a todo pulmón. No alcanzó a calmarla ni acercarla a su pecho, sentirle el olor , reconocerla ... Su madre irrumpió en la habitación como una tormenta   de maldad , anudó y cortó el cordón umbilical y se apropió de la recién nacida para siempre.
   Fifina quedó sola, sola con su alma, nadando en su charco sangriento, los ojos anegados en lágrimas fijos en la ventana por donde empezaban a entrar en bandadas, las hojas crujientes del otoño, amarillas, ocres, marrones, violetas, que naufragaron sobre los muebles, sobre el piso ajedrezado de mosaicos y enrojecieron furiosamente, entintando las cosas , el aire. y el cuerpo laxo de la parturienta.
   Corrieron los años y corrió mucha agua bajo el puente .
   Serafina da Silva , mi abuela, murió en mis brazos, en una pieza del Sanatorio del Litoral. Se fue suavemente, simplemente dejó de respirar.
  Mientras se hacían los trámites del momento la pusieron en la capilla . Nuevamente nos quedamos las dos juntas y solas, arropándonos mutuamente. Ella, ya fría , yo , temblando de frío. Me dejó esa sensación ante cualquier dolor que me acosara y esa bondad de corazón que no guardó nunca ningún resentimiento.

   Cuando me veía escribir, solía decirme "A mí, nada..."
    ¡Te lo debía, abuela...! estas humildes palabras son para vos, que en cada gesto, en cada caricia, derramabas ríos de ternura. Y yo lo aprendí.

¡Te quiero tanto , abuela ! Sin estudios, aporreada por la vida, humillada, maltratada, aún así me enseñaste con tu ejemplo . a ser buena.    ¡No es poca cosa...!!