jueves, 21 de marzo de 2013

Aves de papel


Para esa dulce e ilusionada niña que sigue jugando con sus canicas.
Con mucho cariño


AVES DE PAPEL

Sus redondos ojos se cerraron como un suave repliegue de alas de paloma. Ella sería un jazmín para el mundo, dejaría su aroma penetrante y dulce por las calles del destino. Un gorrión le guiñó con un piar que retozó más de tres segundos en su falda rosa. Como se sabía un poco maga, comprendió la señal del pájaro y comenzó a girar sobre sí misma, hasta que volaron más allá de las nubes los lazos naranjas de sus trenzas. Entonces, el asfalto se hizo hierba húmeda, los tejados copas frondosas de hojas diamantinas, la ropa tendida floreció como almendros plenos de agradecimiento. Poco después, salió lluvia de su pizarrita y las farolas se derritieron en charcas con forma de corazón generoso. En ellas puso sus piececillos blandos de caracol.  
Solo necesito una varita, se dijo. Un loco viento la oyó y alborotó sus cabellos. 
Una varita... de bambú celeste, ¿por qué no? El viento, entonces,  le dijo: corre conmigo. Y ella, más que correr, se dejó llevar por aquel dulce huracán que entraba apasionado por su pecho y salía por sus brazos.  ¿Adónde me llevas? 
La dejó frente a su propia sombra, que brillaba de luna. Luego, aparecieron en el horizonte unas aves blancas. Parecían sumirlo todo en una profunda serenidad. Más de cerca, pudo comprobar que no eran aves, eran hojas de papel, blancas,  llenas de letras, y también muchas, muchas vacías: suaves retazos de posibilidades que fueron a caer a sus pies. ¿Mi varita? Le dijo al viento. Sí, respondió éste:
tu regalo, tu cobijo,  tu alegría,  tu pasión. Con ellas enseñarás, en ellas dejarás tus ojos, tu mente, tu esperanza,  tu asombro, tu brillo propio de gran estrella roja. Con ellas fabricarás tu collar de jade.

Tomó la varita y se fue dando brincos, parándose a recoger una piedra de aquí, un cielo de allá, una música acuática de las manos de una madre, un llanto de fuego de los ojos de un lobo, una brisa de cerezas de los dedos de un pianista, un mordisco de sandía del amor de dos jóvenes, su propio corazón hecho pluma de garza...Y muchas más pequeñas joyas que iría encontrando en su camino para fabricar su hermoso collar de palabras.