A María del Carmen Nazer
He pedido al céfiro
que una brisa suave me acerque
la fragancia de tus bucles,
cuando ondean con impulso aéreo,
como ramajes de hojas y flores
que se ensortijan en el vaho
de tus guedejas,
como manchas de óleo
que quisieran tomar vida
y ser la esencia misma
del canela de tu piel nacarada
y palabras deshidratadas en pensamientos.
Le he pedido al viento
que me aproxime el tacto suave
de tu cuello de alabastro
y el aroma a vainilla del cutis sonrosado
en el que enmarcas la juventud dormida.
Le he pedido a la corriente
que un ventarrón de popa
me traiga a esta orilla el escorzo
de tu hombro aterciopelado,
del que emana el bouquet inconfundible
del alhelí que baja hasta tu talle.
Le he pedido, en fin, a Eolo
—con todas mis fuerzas—
un hálito de tu esencia incorruptible,
un bálsamo de almizcle
que me hable de ti con la verbalidad
de tu acento poético y porteño
y me ha traído un tornado
de olvido, confusión y abandono.